Se
descubren palabras impúdicas,
despojándose
de sí mismas
y
cargándose de vacío.
Se dan palabras
exultantes, de colosales cumbres erizadas,
plantándonos
batalla.
Se hallan
palabras escupidas
que
conciben armonías impronunciables.
Se
confiesan palabras ovilladas
bajo el
hueco de la escalera.
Se
desentierran palabras duermevelas
bajo
húmedas hojas de palmera,
que
desvelan mesitas de noche.
Se revelan palabras
miopes como golpes incesantes
contra las
esferas del tiempo.
Se precisan
las palabras que nos invocan
y nos
lapidan, dormitando en las entrañas.
Se
reconocen palabras ajenas
que alfombran
con voz de refugio el espacio.
Se añoran
palabras rodando por el vestíbulo,
hasta
fraguarse umbrales.
Se
estrechan palabras desperezándose frente a las ventanas,
que son
espejos de más ventanas bostezantes.
Se deshilan
palabras dóciles,
reptando
sobre mi vientre,
entre las
sabanas desencajadas.
Y lucho
contra ellas,
que me dicen…,
y me desdigo,
con un
monosílabo pataleando bajo mi lengua.
Y entonces,
alcanzo a
forjar las palabras indestructibles
que limpian
mis alas para cruzar el cielo
y rescatan
luna, arena y hierbabuena
para
mantener el vuelo.
Prolongándome
en un soplo infinito
hasta el
momento preciso
en el que
se fecundan de luz
y detonan
en el
centro esférico de algún milagro.